Son sus garras de buitre, señora mía, las que nos evidencian sus alas negras, sue espíritu pobre y perverso, que medio disimulados se encuentran debajo de ese vestido que tan paquete le queda. Con una garra cuida su bolso, con la otra su clase. Mientras, ella, vestida de uniforme, golpea que golpea el jarro con la cuchara. Uniforme, jarro y cuchara que le son tan ajenos como la circunstancia en la que se encuentra. Pero no están solas, hay más actores en la escena. Ahí están ellos, inmutables, los hacedores de Patria, exigiendo que nada cambie. Nunca.
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